“En el simbólico año 2000 comenzó a circular la leyenda urbana de un corrector de estilo o revisor de textos que trabajaba para un gran corporativo de publicidad y era, como suele ser el paradigma de la profesión, muy metódico. Llegaba puntual y se sumergía en su oficina llena de diccionarios de la que no salía hasta la una de la tarde para comprar en la cafetería un emparedado de jamón y queso. El dependiente, al correr de los años, practicaba la rutina de calentar la vianda a las 13:02 y entregarla a las 13:06[1]”.
A través del tiempo, la labor del corrector de estilos no se ha tomado en cuenta cómo debe de ser. Es así, como Camilo Ayala y Alejandro Zenker nos muestran la situación este primordial personaje. “Su trabajo es callado, difícilmente bien remunerado” son las palabras que utiliza Ayala para describir las responsabilidades de aquel que no acepta errores en los textos. Hoy, el mercado editorial no atraviesa por su mejor época, ya que en México el pago por cuartilla corregida es de $25. No obstante, la cantidad disminuye poco a poco debido a su complejidad, al grado de recibir un pago de $4 a $10 por hoja.
Camilo Ayala Ochoa |
Aunque este texto no tiene como fin analizar la educación mexicana, es necesario referirse a ella, porque requiere de un tratamiento pausado y confiable, es decir, debe pasar por varias etapas que ayuden a la estabilidad de su desarrollo cultural y material. Por lo tanto, es necesario definir como centro de la educación a la persona, considerar la educación como un proceso integral, añadir criterios técnicos y claros a la calidad educativa, revisar y realizar reformas necesarias para los planes y programas de estudio, definir proyectos curriculares y programas de estudio, etcétera.
“Juan Ramón de la Fuente, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, con fundamento en los artículos 1º y 9º de la Ley Orgánica, así como 34, fracciones IX y X, del Estatuto General y considerando que el 20 de marzo de 1986 se creó el Consejo Asesor del Patrimonio Editorial, con la finalidad de determinar las características contractuales, criterios de coedición, adquisición de derechos editoriales y comercialización de las publicaciones universitarias[3]”. Pero, qué significa esto:
“que el amplio desarrollo de la materia editorial en nuestra Institución es de vital importancia como instrumento medular en el cumplimiento de sus funciones sustantivas de docencia, investigación y difusión de la cultura. Que hoy en día es una necesidad que la Universidad identifique, unifique y supervise las actividades que realizan sus facultades, escuelas, institutos, centros, cuerpos colegiados y dependencias administrativas en materia de producción editorial para fortalecer el cuidado de los recursos financieros destinados a este rubro, a través de la colaboración en la planeación, seguimiento y evaluación de las actividades editoriales.
Que los resultados de la labor editorial forman parte integrante del patrimonio universitario, por lo que se hace necesario unificar y perfeccionar los procesos de edición de las publicaciones sobre las cuales la UNAM posea la titularidad de los derechos.
Que nuestra Institución por su amplia producción de publicaciones constituye una de las principales casas editoriales de América Latina[4]”.
Gracias a las nuevas tecnologías de la información, la computadora produjo que los editores y correctores de estilo realizaran su trabajo de una manera distinta. Zenker al referirse de cómo se puede vivir sin correctores, pero por qué siguen siendo imprescindibles, enumera el proceso que se sigue en la revista “Quehacer editorial”:
1. Traducción (ocasionalmente)
2. Revisión y marcaje
3. Cortejo en el caso de las traducciones
4. Tipografía
5. Lectura de galeras
6. Formación de planas
7. Primera y segunda lectura de planas
8. Contraprueba
Los puntos anteriores marcan la labor del corrector, lo cual se convirtió en algo silenciosa y despreciada. Por lo tanto, necesita de profesionalización. Aquí radica la calidad de las casas editoriales, al igual que todos los elementos necesarios para que los correctores de estilo tengan un apogeo histórico. La cifra de palabras, páginas, libros que se corrigen en la UNAM es enorme, labor que en muchas ocasiones no es reconocido.
Al terminar un libro y entregarlo al autor en perfectas condiciones, con un acabado que fue producido gracias a todo el equipo de trabajo, el causante de la idea original de que esto se imprimiera no agradece a quien le entregó en sus manos su trabajo reconstruido. Nuestra universidad es así “una escuela de editores, correctores, diseñadores y traductores, aunque no exista la carrera como tal[5]”. Donde estudiamos es un acontecimiento multicultural.
Hemerografia
¾ Ayala Ochoa, Camilo, “Correctores de estilo”, en Quehacer editorial, núm. 8, p.7-22.
¾ Alejandro Zenker, “Día del corrector, de cómo se puede vivir sin correctores, pero por qué siguen siendo imprescindibles”, en Quehacer editorial, núm. 8, p.23-27.
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[1] Camilo, Ayala Ochoa, Alejandro, Zenker, “Correctores de estilo”, en Quehacer editorial, #8, p.7.
[2] Ibíd., p.13.
[3]“Acuerdo por el que se crea el consejo editorial”. Véase en: http://www.economia.unam.mx/publicaciones/nueva/normatividad/pdfs/acuerdoconsejoeditorial.pdf
[4] Ídem.
[5] Camilo, Ayala Ochoa, Alejandro, Zenker, óp. cit., p.15.
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